Enfrentando la memoria
Por fin me he decido a hacer obras en casa. Cosa sencilla, tirar un par de tabiques para tener un salón grande, en condiciones, con mucha luz. Donde poder montar un estudio casero razonable La idea es buena pero los preparativos son una mierda, sobre todo lo principal: dejar el actual salón vacío. Esto, que a priori puede parecer una chorrada, suponía todo un reto: vaciar, realojar el contenido y desmontar un mueble que lleva en la casa toda mi vida, desde que tengo memoria al menos, y que es típico mueble en el que se guardan el ajuar, las fotos, los regalos, etc. Los recuerdos en definitiva. src=’https://migueldemalaga.com/wp-content/uploads/imagenes_antiguas/DSC00069.jpg’ alt=’mueble demosntado’ width=’240′ height=’320′ class=’alignleft’>
Éste mueble ha sido la principal razón por la que he tardado casi dos años en decidirme a hacerlo, desde que lo pensé hasta que me he atrevido. La operación en cuestión tuvo varios momentos bastante críticos. El primero no lo esperaba, estaba concentrado en dejar para el final el que fue en realidad el segundo: enfrentarme a las fotos de la familia. Treinta y tantos años de vida en común afotada y acumulada en álbumes que mis padres guardaban en la parte mas alta del mueble. Pero, como decía, el primer momento crítico fue abrir una caja para darme cuenta de que en ella estaban todas las chorradas de cerámica, macarrones y demás materias primas escolares que le hacíamos a mama en el día de la madre. Pese a que hayan pasado once años de una, y seis del otro, se me encogió el corazón, y las tripas se revolucionaron como si caber en mi cuerpo no fuera una opción y buscaran todas salir por la garganta haciéndose un nudo en el intento.
Ambos momentos fueron superados, en realidad nada como afrontar los miedos para superarlos. Acabas jodido, sí, pero ya no volverán. El tercer momento se planteó cuando el mueble quedó vació. Verá, el mueble no era precisamente de Ikea, No estaba diseñado para ser montado por un lego, ni mucho menos desmontado. Y una densa capa de polvo cubría la cabeza de los tornillos, por lo que no los vi en una primera inspección. Así que pensé que jamás podría desmontar ese artefacto diabólico en color nogal. Cuando por fin descubrí los tornillos, cual fue mi desolación al descubrir que eran raros de cojones, como para una llave curva, pero no allen sino en cruz. Al final, después de extender todas las herramientas de las que disponía en el suelo, cual mesa de quirófano, improvisar con ellas la herramienta adecuada y de varias patadas de la grulla al puto mueble, conseguí desmontarlo en piezas que puedo bajar y meter en una furgoneta para dejarlo en el punto limpio. La verdad que cuando miré por primera vez el conjunto de tablas ordenado contra la pared me sentí satisfecho. Hacia mucho tiempo que no me sentía tan satisfecho.
Y mañana empieza la obra, a ver que tal sale. Ya le contaré.
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