A parte del olor a alcohol y de algún babeo ocasional, algunas veces dices cosas muy interesantes
Era una mañana fría aquella. Había decidido volver a casa andando por el paseo marítimo. Ella había pasado toda la noche y parte de la mañana con un cliente. Pocas veces salía contenta en este trabajo. La había tratado muy bien. La recibió sin prisas, alabando el vestido que había elegido y halagándola todo el tiempo. Era un tipo feúcho, un poco desagradable, bien vestido pero sin costumbre de llevar un traje. Aunque enseguida se le notaba cierta nobleza en la mirada. Esos ojos tristes. Como los de un perrillo. Es lo que más le había llamado la atención toda la noche. Esos ojos tristes, aun cuando lo habían pasado tan bien.
Él la llevó a cenar a uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Debía tenerlo todo muy bien planeado porque cuesta semanas reservar en él. Habían probado, comido y bebido de todo, sin reparar en lo que costaba, solo por el impulso del sabor. Pasarón el resto de la noche en el hotel. Follando y hablando. Los clientes no solían follarla así, con tanta dedicación. Lo suficientemente preocupado para hacer que se corriera varias veces, algo que tampoco le costaba demasiado a ella, pero lo suficientemente enérgico como para no aburrirla. Demandante, consciente de lo que quería hacer y probar. Quedaba claro que era él quien pagaba, claro, lo dejó claro cuando la puso boca abajo y la sodomizó. Pero también se había preocupado antes de relajarla comiéndole el coño hasta tener uno de sus mejores orgasmos. De ese mes al menos. Entre sexo y sexo habían bebido ron y comido fresas y tarta de queso. Desnudos en la cama. Y hablado. Hablado de lo divino y de lo humano. La había echo sentir tan bien que incluso le había confesado su verdadero nombre y contado alguna cosa del oficio. No había sido para nada el cliente típico, que no deja de hablar de él. Y de su mujer, generalmente. Aunque ahora se daba cuenta de que apenas había hablado de él. Apenas sabía su nombre, pero nada más. Sólo se había dedicado a follarla y disfrutar de la noche como si no hubiera mañana.Ella se paró en seco mirando el mar. Todo quedó en silencio. El aire frío de la mañana acompaño ese momento de lucidez. Corrió lo andado volviendo al hotel.
Cuando el conserje abrió la puerta entraron juntos, ella tras él. Lo encontraron en la cama, junto al ron, las fresas y las migas de tarta de queso. No corrió riesgos. Debía tenerlo todo muy bien planeado. Se acercó a el y le cogió la mano que aún sujetaba la jeringuilla con la que se había inyectado la sobredosis. Con la otra mano le cerró los ojos, dulcificando aún más la expresión plácida con la que había muerto. Debía tenerlo todo muy bien planeado. Y ahora no parecía un mal plan. Ella lloró por él. Fue la única. No le conocía. Apenas supo su nombre. Recordaba su calor sobre ella varias veces esa noche y ahora estaba tan frío. Era una mañana fría aquella.
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