La curiosidad vence al miedo más fácilmente que el valor.

El día de mi vida que recuerdo haber pasado más miedo, miedo de verdad, el que surge del centro mismo de todo aquello de lo que no estás seguro, fue el día en que murió mi padre. Llevaba varios años enfermo, con la ayuda de mi hermano nos turnábamos en atenderlo. Por edad y conocimientos, por aquel entonces estudiaba medicina, yo llevaba algo más de carga. O no más, no es justo. Distinta. Pero aunque estuviera ausente en su agonía, él seguía siendo nuestro sustento. Él seguía siendo el padre aunque el que lo cambiara fuera yo a él. Y cuando aquella mañana sus estertores cesaron y llegaba la doctora para certificar lo que era obvio, comprendí que estaba solo. A partir de ahora no habría sitio al que volver si fracasaba. Y allí estaba, entre el dolor, la culpa, y el alivio, se hacía presente el miedo. Miedo a enfrentarme al mundo sin estar preparado. Después de cinco años de cuidados, cinco años desde la muerte de mi madre, había dejado parada una vida que no me había esperado. En los meses de papeleos, trámites y duelo devolví a farmacia todos los medicamentos de mi padre que habían quedado en casa. Salvo unos comprimidos de morfina. Suficientes comprimidos de morfina.

Y allí se quedaron en mi mesita de noche. Un paquetito con las pastillas y una petaca con vodka. Abrir en caso de urgencia. Abrir en caso de no querer tragar más mierda. Y ese ha sido y sigue siendo el leit motiv de cada día: «Un día más, Miguel, cuando no quieras más lo dejas.».

Han pasado diecisiete años. Aquellas pastillas caducaron y terminaron en un punto SIGRE. Los miedos resultaron ser infundados. Los miedos ahora son otros, más mundanos. Es fácil verlo ahora cuando el agua ya pasó. Conseguí trabajo y formación. Y me he mantenido 17 años. He fracasado, estoy endeudado (compradme cosas en el mercadillo) pero sé que conseguiré salir de esta trabajando. He demostrado tener resiliencia suficiente. Aunque aún no suficiente paciencia. Pero ya no estoy en los veinte, ahora me adentro en los cuarenta y ya van formándose ciertas certezas. Qué viviré solo lo que me quede, que moriré solo. No sin compañía, no sin ser digno de la novena de Bethoven sino solo. Si no comprendes esto es que no sabes lo que es la soledad. Y que esto no forma parte de ningún designio sino que es una elección. Que la vida no tiene más sentido que el hecho de estar vivo, aunque yo siempre necesitaré una respuesta a «¿Para qué?». Que no hay un plan universal. Y que cuando no quiera tragar más mierda, lo puedo dejar.

“¿Cómo juzgar en un mundo donde se intenta sobrevivir a cualquier precio, a aquellas personas que deciden morir? Nadie puede juzgar. Sólo uno sabe la dimensión de su propio sufrimiento, o de la ausencia total de sentido de su vida.” 

Veronika decide morir. Paulho Coehlo

¿Y qué me mantiene vivo entonces? Ahora en que la mierda ha alcanzado niveles históricos.  La curiosidad. Grandes curiosidades, sí,  como saber hacia dónde se encamina la situación geopolítica mundial, si veré el final de la segregación de géneros, si llegaremos a Marte, o si el futuro más próximo se parecerá más a Mad Max o a Star Trek como extremos en una línea de posibilidades. Y las pequeñas curiosidades: cómo el final de Juego de Tronos o cómo continua el universo cinematográfico de Marvel. La curiosidad que toque cada día.

Y la curiosidad de saber hasta dónde puedo llegar. Cuál será la siguiente sorpresa y si podré con ella. 

Esa sigue entonces siendo la frase que evita cada día que me baje del mundo:  «Un día más, Miguel, puedes dejarlo cuando quieras, pero ¿Y si es hoy cuando… ?».   

La frase del título es una cita de James Stephens y la imagen de  Cristina Gottardi on Unsplash


Una respuesta a “La curiosidad vence al miedo más fácilmente que el valor.”

  1. Pipa Soria dice:

    Que grande mi querido amigo Miguel… un grande de verdad. Un ser que ha tomado a ese toro llamado Vida por las astas y que es hacedor de su destino… bueno o malo, pero propio.
    Que gusto haberte conocido y que gusto poder responderte a uno de tus Para qué…
    Para volver a vernos y a compartir una comida, una copa, una charla… O un abrazo por la espalda… De esos que al aplastar el pecho, dificultan la respiración pero expanden el alma…

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