Cierro lo ojos.
Soy un niño de nuevo. Estoy en Nerja y es el primer baño del verano. El agua de la orilla me moja los pies, dando cuenta de su temperatura. Helada. Oigo la voz de mi madre insistiendo en que me meta despacito en el agua que aún no he hecho la digestión. Mi padre se ha metido en el agua mojándose la nuca y la calva con las manos, haciendo muecas por el frío. Y por hacernos gracia. Yo no pienso meterme ahí, está helada. Me resfriaré, o se me cortará la digestión. Es desagradable. Me mojo la nuca y el pelo con la mano, pero sigue estando helada. Los demás insisten en que es sólo la primera impresión. Despacito. Pero despacito no me meteré nunca. Sé que me gustará una vez este dentro y mi cuerpo se haya acomodado. Lo sé. También sé que si no me meto del tirón no me meteré en el agua. Si lo pienso no lo haré. Una ola algo más grande que las demás se acerca. Es el momento. No es la razón la que habla. Me obligo a dejar de pensar. Me lanzo de cabeza contra la ola, colocando los brazos por delante en forma de cuña. El agua me cubre por completo, y el frío dura apenas un instante. Cuando saco la cabeza del mar, todo está bien. La temperatura es genial, lo será mientras no exponga mi cuerpo mojado al aire. Lo sabía, pero no con la razón. De aquí no me sacarán hasta que los dedos estén arrugados como pasitas.
Abro los ojos y me doy cuenta de cuatro cosas: lo mucho que echo de menos a mis padres; que puede hacer años que no me meto en el mar, y no se bien por qué; que si quiero hacer, debo dejar de pensar y confiar en mí; y la cuarta: que el tipo de la asesoría me mira extrañado, aunque, discreto, no me pregunta el por qué me he pasado cinco minutos con los ojos cerrados, haciendo muecas de frío y tocándome la nuca. Habrá visto de todo, supongo. Firmo el papel que me ofrece, me devuelve el carné fotocopiado. En unos días todo será legal.
Lo decidí hace ya casi tres años, y ahora lo hago. Por intuición. Porque si lo sigo pensando racionalmente, no lo haré.
Ahora todo depende de mí, y de nadie más. Nadie por encima, nadie por debajo.
Todo irá bien mientras el agua sólo me llegue al cuello.
La cita del título es de David Lynch.
Un comentario
Miguel, una vez más me has soprendido gratamente con ese soliloquio. ES un delirio leerte y sobre todo, ponerme a reflexionar depués de leerte. Ahora que lo dices, mejor actuar y dejarse llevar por la sabia intuición.